martes, 13 de diciembre de 2011

Barcelona, ciudad y prodigios

Hay una cosa que no se perdona el autor de este blog, madrileño circunstancial de raíces andaluzas, y es no haber estado nunca en Barcelona. Y es Barcelona ciudad de abolengo, ciudad eterna y mágica, capaz de atraer a quien nunca ha estado allí con su embrujo eterno. Esta atracción, esta fuerza gravitatoria la ejerce la ciudad a través de quien se atreve a cantarla, a pintarla, a escribirla, a dejar de amarla en secreto para mostrar al mundo sus brillos y, también, sus sombras. Desde luego conmigo lo ha conseguido.

Podría escribir durante durante días sobre el tremendo influjo de canciones y versos que me han transportado a Barcelona en los últimos tiempos (ya hice una pequeña aproximación hace no mucho), pero hay un libro que resume en sus páginas todo este cúmulo de manifestaciones literarias, musicales, etc. Se trata de La Ciudad de los Prodigios, de Eduardo Mendoza. Barcelona es su protagonista última, aunque sus momentos de grandeza y de penuria vienen reflejados en la persona de Onofre Bouvila, el campesino que de repartir panfletos anarquistas en el recinto de la Esposición Universal pasó a coronarse como rey de los bajos fondos, y más tarde a engarzar su corona con los diamantes del éxito durante su carrera hacia el total dominio político, económico y social de la ciudad. La novela transcurre entre las dos Exposiciones Universales que ha tenido Barcelona, en 1888 y 1929, años durante los cuales la ciudad fue capaz de reinventarse innumerables veces en sus ansias de progreso. La ciudad vieja de antes del primero de los dos certámenes, con sus calles antiguas donde comerciaban pescadores, panaderos y plateros, de donde salían hacia América jóvenes e ilusos padres de destino incierto, comienza a experimentar los pálpitos de la revolución, y los edificios crecen, a lo alto y a lo ancho, por toda la ciudad, que poco a poco se enseñorea de los pueblos entre el Besòs y el Llobregat. Gentes de todas partes llegan a las fábricas de Barcelona, cuyos despachos ocupan los nuevos burgueses que, con la puesta de sol, se visten de gala para ir al Liceo y escuchar ópera, como harían las mejores familias de París y Londres, pensaban ellos. Los anhelos, esperanzas y tropiezos de Bouvila son imagen del camino tortuoso que sigue Barcelona hacia su porvenir, a veces luminoso, a veces gris como una tempestad. Con todo, después de los mayores fracasos, Barcelona siempre busca la esperanza en el horizonte, y ese el el mayor de los prodigios de la ciudad.
Ahora me he lanzado a por otra novela barcelonesa, Mariona Rebull, de Ignacio Agustí, porque Barcelona atrapa sin remedio. Atrapa de una manera que describe de una manera genial mi amigo Juan López Fernández-Sordo en su blog Una chaqueta azul y una corbata a juego. Todo el blog es magnífico, poesía, y lo recomiendo vivamente al ocasional lector de estas líneas, pero quiero destacar las palabras que le dedicó a la ciudad de los prodigios, en la que vive. El sugerente nombre de la entrada es Me he enamorado de ti, y dice así:

Lo reconozco, no pensé que me llegara a pasar, pero me gustas. Me gustan tus andares, tus paseos. Me encanta como pasas tu mano por mi pelo. Disfruto viéndote bostezar cuando te despiertas temprano, a mi lado. Me derrito por tus besos en las esquinas. Lo que más me gusta es mirar mientras te bañas en el mar. ¡Y cómo te arreglas cada mañana! Cuando rompe el amanecer, te peinas, te pintas.
¿Por qué? Me gustas porque eres presumida, por tu postura orgullosa cuando la noche nos descubre a solas. Eres coqueta, te gusta que te miren, que te admiren. Me gusta como hueles, esa mezcla de brisa marina con flores recién cortadas en primavera. Me hechizan tus palabras, me embruja tu sonrisa. Y tu inocencia, y tus susurros dichos suavemente al oído. Me gustas.
Tus ojos; tu mirada, quebrada, rota como el alma de los desolados. Tu voz, grave, suave, eterna, silenciosa. Tus carcajadas, tu gente amable, envidiable, su idioma, tu familia.
Eres famosa, eres guapa, eres bella. Tienes rasgos europeos, espíritu africano, y una enorme personalidad. Hermosa, preciosa. ¿Te encuentro algún defecto? Probable. Pero, ¿y qué si no eres perfecta? Adoro tus faltas, tus errores, son tuyos.
Mi amante secreta, mi amor prohibido. La reina de las noches en vela, el eterno gusto del placer por fin vivido. Eres niña, niña añeja, que sabe a experiencia, pero que aún eres crédula. Tienes mi misma edad, pero la madurez de una octogenaria.
Aristócrata, de buena cuna, de familia bien. Pero eres humana, sencilla, humilde. Me gustas, porque eres de ciudad, cosmopolita, casi capital; pero de sangre rústica, de vida rural, de aire de pueblo. Me gustas, no lo puedo negar, ni evitar. Me he enamorado de ti, Barcelona.
Creo que no se puede expresar mejor. 
Me gusta terminar las entradas de este blog con canciones. Gracias a esta sé, sin haber estado nunca allí, que el sitio desde donde más me gusta ver Barcelona es sentado en algún banco del Tibidabo, donde cuenta la tradición que Jesucristo contempló todos los reinos del mundo, con el mar tranquilo detrás de la ciudad, perdiéndose en el horizonte, y el sol poniéndose por la montaña.

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Y ahora estoy aquí sentado
en un viejo Cadillac, segunda mano,
junto al Mervellé y a mis pies mi ciudad.
Y hace un momento que me ha dejado
aquí en la ladera del Tibidabo
la última rubia que vino a probar el asiento de atrás...
Y al irse la rubia me he sentido extraño, 
me he quedado solo, fumando un cigarro,
quizás he pensado, nostalgia de ti.
Y desde esta curva donde estoy parado
me he sorprendido mirando a tu barrio,
y me han atrapado luces de ciudad.

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