martes, 26 de junio de 2012

El dorsal de los dioses


Si Humpfrey Bogart se hubiera dedicado al fútbol no tengo duda de que habría lucido en su espalda el número 14. Esto le habría impedido jugar en el mismo equipo que Frank Sinatra o que Jimmy Stewart, porque, como Bogart, estos dos también habrían sido centrocampistas creativos que se habrían hecho con el referido dorsal, para dar en su equipo pases de 40 metros a John Wayne, a Elvis, o a Steve McQueen, que como todos sabemos lucen el 9 (el auténtico, el falso nueve es Jack Lemmon), ya que son delanteros titulares de la Champions que se juega en el cielo del infierno (porque también sabemos todos que John Wayne está en el infierno).

Xabi Alonso es actualmente el mejor centrocampista de la mejor selección del mundo. Y eso tiene bastante mérito si tenemos en cuenta que España juega con seis centrocampistas, en vez de con tres o cuatro como los equipos que no necesitan vivir de la inercia. Con un Xavi Hernández cada vez más hastiado, melancólico y errático, y con unos Iniesta y Silva reconvertidos en delanteros por obligación, representantes junto a Fábregas de ese gran fraude que constituye la falsedad del nueve (maldito el periodista que inventó esta nomenclatura) y, todo hay que decirlo, con un imponente Busquets en la labor defensiva de la aristocracia del fútbol y como conexión con los obreros Piqué y Ramos, Xabi Alonso se ha convertido en el arquitecto de la mínima cordura que a veces aparece en el juego de España, y con cordura no me refiero a posesión ni a dominio, me refiero al gol, ya que de poco nos sirve dar cuatrocientos pases en el área pequeña si, olvidando el tiro a puerta, convertimos el pase corto en el fin último del fútbol. Alonso, 14 del Real Madrid, cultivado en Anoeta y madurado en Anfield, lleva en sus botas la clase de Jimmy Stewart, y como Jimmy Stewart fue el pasado sábado el encargado de matar a Liberty Valance (oh wait), con dos goles que, a falta de un John Wayne agazapado que pudiera disparar en el momento preciso, tuvo que resolver con un cabezazo a contrapié y un penalti tirado como se tienen que tirar. La leyenda de su dorsal, del catorce legendario, la ha ido forjando Xabi con momentos estelares como el ataque terrorista de De Jong en la final de Sudáfrica'10, el gol de rechace de un penalti al Milán en esa final de Champions en que se remontó un 0-3, o en esa épica temporada en que la Real Sociedad completó la primera vuelta de la Liga sin derrotas y acabó perdiendo el primer puesto ante el Madrid. Existen jugadores (tampoco muchos) capaces de cambiar el balón de banda poniéndoselo en la bota al extremo que está a 50 metros de distancia, pero solo Xabi Alonso lo hace sin despeinarse y sin mutar lo más mínimo la expresión de calma reflexiva de su rostro.


Cuando llegó a Madrid, Xabi llevaba el 23, porque durante el año I de la segunda era de Florentino (ver vídeo explicativo de la conjunción), quiso el destino juntarlo con otro eterno 14, José María Gutiérrez, jugador capaz de justificar toda su carrera con apenas un puñado de patadas al balón, el cual, muchas veces parecía no importarle a Guti lo más mínimo, pero que cuando la genialidad aparecía en los pies del 14 se sentía más a gusto de lo que ha estado nunca sobre un estadio de fútbol, casi como el vínculo de una fusión mística entre la bota y el césped, ya que nunca nadie ha capturado con tanta nitidez la imagen de Dios reflejada en una pelota de cuero. Durante más de una década en la que el Madrid vivió sus momentos más altos y más bajos, Guti, que nunca fue titular indiscutible, tuvo la capacidad de hacer soñar al madridista en innumerables ocasiones mágicas que, si un descreído hubiera vivido en momentos de duda, le habrían hecho recuperar la fe. Contra el talento permanente de Zidane, Guti aparecía con un pase al hueco, mejor que Ulises, o con un taconazo imposible (a Zidane / a Benzema), infinitamente mejor que Aquiles, como aparece esa media verónica de Morante de la Puebla en una aburridísima tarde de toros que, por sí sola, amortiza el precio de la entrada. Por estas cosas Guti y Xabi Alonso son eternos. Uno más regular, otro más de extremos, ambos inmortales en su oficio, llevando con orgullo el dorsal de la elegancia, el del estilo, el de la personalidad, el que mueve a un equipo, el que te discrimina dentro de la mediocridad, el de Cruyff, el del fútbol, el dorsal que llevarían los dioses si los dioses jugaran al fútbol.



PS: aunque regularmente madridista, uno también se siente de vez en cuando bético, y más cuando la tragedia se cruza por el camino de un jugador como Miki Roqué, que precisamente debutó como profesional entrando a sustituir a Xabi Alonso en un partido de Champions en Anfield, con apenas 17 años. Los béticos se levantarán, como siempre han hecho, porque eso es lo que hacen los grandes.

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Pueden no perdonarse jamás
y saben prescindir un día y otro día
de eso que se entiende por felicidad.
Y aunque ya casi no hay en qué soñar
se sienten orgullosos porque aún bailan sus almas.
Están desesperados, pero con elegancia.


ACTUALIZACIÓN: Entiéndase incluido en esta lista de catorces al gran Esteban Granero, que al momento de ponerme a escribir, durante la Eurocopa de 2012, todavía llevaba el 11 en el Real Madrid, pero que recibió el dorsal número 14 del Queens Park Rangers inglés al final del verano. La entrada de este blog "Tan joven y tan viejo" puede considerarse una segunda parte de esta misma, dedicada por entero al Pirata de la Meseta, al Jim Hawkins de la Premier.

miércoles, 20 de junio de 2012

De lo divino y lo épico



La noche del 17 al 18 de junio de 2012 será eternamente recordada por casi 60.000 personas que abarrotaron el estadio de Don Santiago Bernabéu, porque ante todas ellas se fraguó un espectáculo de dimensiones estratosféricas que sorprendió a todos, más aun si cabe cuando el protagonista era el rey de los espectáculos de dimensiones estratosféricas. Bruce Springsteen regaló a Madrid el concierto más largo de su carrera, con 3 horas y 48 minutos de rock y un sinfín de emociones. Probablemente haya dado conciertos técnicamente mejores o más especiales en su dilatada trayectoria de 44 años, sobre todo con su escudero Clarence Clemons, pero el del domingo ha de ser tratado con reverencia dentro del Olimpo de los shows del de Nueva Jersey. Si un concierto de la gira de The River es un soneto de Garcilaso, el concierto del Bernabéu es la Ilíada. Bruce, con 63 años, desplegó una energía que ya la quisieran los Arctic Monkeys, que tienen 40 años menos. Durante la sideral carrera de casi 4 horas hubo espacio para el rock, por supuesto, y también para las reminiscencias del soul y el gospel que inspiran toda la música americana, con un momento cumbre en My City of Ruins, que Springsteen inició con un recuerdo a los ausentes Clemons y Federici: “If  you’re here and we’re here, then they’re here”.


Tras un brutal comienzo con Badlands, Springsteen sacó su vena comprometida y encadenó una serie de “canciones sociales” con predominio del último disco. Tras No Surrender y We take care of our own, con aires de predicador, cogió el micro y, casi en trance y con circunstancia épica, sermoneó a los presentes con su filosofía de barrio. Bruce Springsteen adquirió en su discurso una trascendencia vaticana cuando, en español y con el acento quebrado, declamó las breves pero rotundas frases escritas fonéticamente en unas sencillas octavillas pegadas al suelo, entre el set list y la pedalera de su Telecaster. “¡Sé que aquí los tiempos son peores, pero nuestro corazón está con vosotros! Queremos dedicar está canción a todos los que están luchando en España”. Y como el Santo Padre de Roma nos dio su bendición, en forma de tema que amenaza con convertirse en clásico, Wrecking Ball, durante la cual se vivió otro de los momentos álgidos de la velada, ese interludio en que se repite recurrentemente “Hard times come, and hard times go… just to come again”. Era la cuarta canción y Springsteen ya se había ratificado como capitán de nuestras almas, dueño de nuestros destinos y supremo pontífice de nuestras emociones.


Los temas se fueron sucediendo, uno tras otro, con la contundencia de una banda que lleva décadas tocando y que, con sus nuevos fichajes (vientos y coros) suena más como siempre que nunca. Mención especial merece Jake, el sobrino de Clarence Clemons, que sin el carisma de su tío probablemente le supera en lo musical (perdón por la blasfemia).  Enormes Nils Lofgren (sobre todo en el espectacular solo de Youngstown) y Silvio Dante - Little Stevie - Van Zandt, nuevo número dos consolidado de la E Street Band. A un servidor, de todas las canciones que fueron sonando hasta acercarnos a las postrimerías del espectáculo le llegaron especialmente Because the Night (con un enorme solo de Stevie), The River, una supercañera My Love will not let you down y The Rising. Todo ello antes del epicentro sentimental del concierto, el momento cumbre que se vivió con Thunder Road. Si la entrada estaba amortizada desde el minuto 4, fue en ese momento (a falta de una hora para el final) cuando me di cuenta de que ya me podía morir tranquilo. Con el despliegue emocional de Thunder Road (y hablo desde una perspectiva totalmente subjetiva) se dejó el concierto en el punto de cocción perfecto para rematarlo y firmar definitivamente la obra maestra. Y fue exactamente así.


Los bises, que empezaron con la delicada Rocky Ground, fueron un continuo de puro rock n’ roll: Born in the USA, ese himno alternativo de los Estados Unidos que el Bernabéu coreó con brutal energía; una gigantesca Born to run, que por seguir coreando hasta se cantaron los acordes del riff de guitarra del tema; una sublime Hungry Heart, en que el éxtasis llevó a Springsteen a sacar a bailar a un operario con chaleco fluorescente y casco de obra; Seven Nights to Rock, en la que Bruce demostró su habilidad tocando el piano con la cabeza, con notable precisión y cadencia rítmica. Tras este simpático rocanrol el Jefe teatralizó una fatiga tremenda (que todos sabíamos fingida) dejándose caer durante varios minutos a las tablas del escenario, hasta que un redentor Steve Van Zandt rescató a Bruce con una balsámica y refrescante descarga de agua desde una esponja, y como una Verónica enjugó el rostro sudoroso del pontífice. Todavía faltaba Dancing in the dark, en que una rubia de buen ver vio cumplido el deseo de su pancarta, que rezaba Can I dance with Nils?, muy al estilo del vídeo de la misma canción, en que una jovencísima Courtney Cox sube a marcarse un baile con Springsteen.  Acto seguido Tenth Avenue Freeze Out, en la que la banda se detuvo en seco tras cantar Bruce “and the Big Man joined the band”, para rendir un último homenaje al sempiterno saxofonista de la E Street, que como ya había pasado la medianoche hacía exactamente un año de su muerte. Cuando parecía que el concierto estaba finiquitado, con las luces encendidas y todo, Bruce lanzó un último ataque que le catapultaría al record de su concierto más largo, con el ya típico Twist and Shout, cantado a coro por Madrid, ciudad que tras la noche del domingo se encuentra en un rincón privilegiado del imaginario springsteeniano, junto a Asbury Park, Barcelona y, cómo no, Nueva York. Después de tan tremendo espectáculo, de tal dosis de energía, después de la alegría de saberse partícipe de un acontecimiento irrepetible, como madrileño uno solo puede sentir orgullo, y como fan de Bruce Springsteen, emoción.

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When the change was made uptown and the Big Man joined the band
From the coastline to the city all the little pretties raise their hands
I'm gonna sit back right easy and laugh
When Scooter and the Big Man bust this city in half
With a Tenth Avenue freeze out



miércoles, 13 de junio de 2012

Nacido para correr

 

Muy pocos privilegiados pueden contar entre sus logros el llevar más de 40 años de gira permanente, y dentro de ese selecto grupo en el que se encuentran Bob Dylan, los Stones, AC/DC y cuatro perros viejos más, solo uno ha sabido mantener la cordura, el jefe de todos nosotros, Bruce Springsteen. Décadas de convivencia musical acaban destrozando a cualquiera y, en ocasiones, convirtiéndolo en un simple producto más del mercado. Ejemplo, difícilmente haya personas que se profesen un odio más visceral que Mick Jagger y Keith Richards, pero son conscientes de lo rentable de su unión y, aunque llevan dos décadas sin publicar un disco bueno, convierten cada concierto de los Rolling Stones en una experiencia increíble para el público, además de en una máquina de hacer caja. Una frase publicada en Jot Down lo resume a la perfección, “no se soportan, están juntos por la pasta y son unos hipócritas, como los políticos; pero a los Stones los seguimos queriendo porque, a diferencia de los políticos, sí han hecho algo por nosotros.”
Con Springsteen no pasa lo mismo. Lleva en ruta desde 1968, y vive cada concierto como si fuera el primero (o el último). Hace apenas un par de semanas tocó dos noches seguidas en Barcelona (su segunda ciudad favorita), regalando sendos conciertos de tres horas y cuarto cada uno. Y con 63 años. Cada concierto de Springsteen es un mundo de sorpresas. Lo mismo abre el concierto con Who’ll stop the rain, de la CCR, en correspondencia al chaparrón que cala al respetable hasta las entrañas (en San Sebastián este mes de mayo) que resucita versiones que lleva 30 años sin tocar (la intro de Prove it all night, en el ya mencionado de Barcelona).


El carisma de Springsteen no lo tiene ni lo ha tenido absolutamente nadie en el mundo de la música. Siendo, como es, una superestrella de primer nivel, se entrega a su público en cuerpo y alma porque se siente depositario de tanto cariño que no puede dejarlo para sus adentros. Es un albañil del rock, el superhéroe de barrio que todos los chavales quieren ser de mayores. En cada concierto suyo se produce una comunión de agradecimiento mutuo entre el espectador y el músico que se traduce en momentos de éxtasis musical y espiritual. Dudo que esto ocurra con cualquier otro músico del mundo, porque Springsteen es inmortal. Sin ser un poeta de salón (quizás sí de asfalto) captura con sus letras y melodías a gentes de cien mil raleas, haciéndoles partícipes por unos instantes de su inmortalidad.
Este domingo los madrileños tendremos ocasión de revivir emociones con el Jefe en una gira, la primera sin el Big Man, Clarence Clemons, que está siendo única por la energía de los shows y por el amplísimo repertorio que se está trabajando. El Bernabéu (80.000 personas) se abrirá para un concierto por cuarta vez, que si mis fuentes no me fallan han sido uno de U2 (con los Ramones y los Pretenders de teloneros, se dice pronto), un bochornoso “concierto” de Operación Triunfo, y otro del propio Springsteen en la gira del Magic. En este último fui testigo de una conjunción planetaria entre recinto y músico, fundiéndose en una sola las almas de los miembros de la E Street Band y las de las grandes estrellas que han deslumbrado al Santiago Bernabéu. Springsteen cantaba Thunder Road empapado del espíritu de Raúl, de Juanito, de Butragueño, de Hugo Sánchez y de tantos otros. Y como este año además hemos ganado la liga el espectáculo promete ser épico, ya que volveremos a ver en el Bernabéu un delantero centro inmortal, un músico eterno nacido para correr.

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Waste your summer praying in vain for a saviour to rise from these streets
Well I'm no hero, that's understood
All the redemption I can offer, girl, is beneath this dirty hood
With a chance to make it good somehow, hey what else can we do now?
Except roll down the window and let the wind blow back your hair
Well the night's bustin' open, these two lanes will take us anywhere
We got one more chance to make it real, to trade in these wings on some wheels
Climb in back, heaven's waiting down on the tracks

Oh oh come take my hand, riding out tonight to case the promised land
Oh oh oh oh thunder road, oh thunder road, oh thunder road


lunes, 11 de junio de 2012

Los desperfectos

Hace unos meses leía en El Mundo una entrevista a Pereza en la que Leiva justificaba un paréntesis temporal en la entonces permanente gira del grupo diciendo que "a veces es bueno parar; hay que dosificar las apariciones como hacen los grandes". Totalmente cierto, los grandes son los que no te bombardean con sus canciones, sus giras o sus películas constantemente, antes bien te dejan tiempo para masticarlas, digerirlas y disfrutarlas, y es cuando ya está finalizando el regusto que se queda en el paladar cuando se pueden permitir volver. Después de dos meses y medio de silencio ya va siendo hora de retomar estas líneas. La diferencia con ese método de dosificar de los grandes al que se refiere Leiva es que la grandeza se encuentra precisamente en tener la opción de parar, no hay grandeza alguna en dosificar las apariciones por ser imposible encontrar tiempo para aparecer, como le ha ocurrido al autor de este blog. Me he visto abocado a dosificar involuntariamente, mi silencio estos meses es mucho más prosaico que el de los grandes, ya que los grandes a los que me refiero no suelen tener períodos de exámenes que les impiden aparecer.

Con todo, material en el tintero siempre se puede encontrar, así que ya va tocando ajustar cuentas. Y aunque no haya escrito nada este tiempo por ausencia justificada también han sido muchas las páginas leídas y subrayadas, muchos los goles del Madrid y las banderillas al sesgo, muchos los solos de Stratocaster y los fandangos escuchados, muchos los gin tonics de distintos colores. Pero lo mejor de todo es que son muchas más cosas las que vienen con el verano, más páginas, películas, canciones, reincidencia en gin tonics y conciertos, sin ir más lejos Springsteen tocará en pocos días en el fondo sur del Bernabéu. Y si el Jefe vuelve, no habrá más remedio que seguir su ejemplo. Volveré, como las oscuras golondrinas, cualquier día de estos volveré. Al fin y al cabo, esto es un billete de vuelta.

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He olvidado mi mejor momento, 
pero lo llevo dentro.
Los buenos tiempos, los desperfectos, 
lo más difícil de todo.
Medir y equilibrar si un día cambio
Todo por todo lo que tú me puedes dar.

Aún tengo rock and roll,
Aún tengo rock and roll en el pecho

It's been a long time since I rock n' rolled