sábado, 29 de septiembre de 2012

La banda sonora del otoño



Sucedió, como casi todas las cosas malas, inesperadamente. Llovía, es cierto, pero nada parecía diferenciar esos dos minutos bajo el agua entre mi casa y la boca metro de cualquier otra tormenta de verano, de ahí mi indiferencia. Por desgracia, cuando media hora más tarde subí las escaleras de mi estación de destino, la salvaje tormenta no había hecho más que avivarse. Y los cuatro minutos que me separaban de la puerta de la universidad fueron cruelmente reveladores: el verano llegaba a su fin. Su llegada fue sonada, con tiempo suficiente para preparar cuerpo y alma, pero se fue sin despedirse, sin cerrar la puerta al salir y con la ceniza del cigarrillo aún humeando. Normalmente es un trayecto agradable, los doscientos metros que mide la calle Mártires de Alcalá los aprovecho para repetir alguna de las canciones que más me gustan del disco que venía oyendo en el metro, mientras supero sin prisa la ligera pendiente que llega hasta Alberto Aguilera. Irónicamente, la canción de ese día era Flacos y Famosos, de César Pop, que me dejó grabada en la mente la frase “que te resguardes cuando se ponga a llover, y te sepas mojar cuando sea necesario”. Ojalá hubiera hecho caso. Al enfilar la cuesta vi cómo descendían hacía la calle Princesa los torrentes del mundo, y parecía que se habían puesto de acuerdo todos para desembocar en mis ajadas Converse. Remonté a duras penas la pendiente, que si otros días es ligera ayer parecía más dura que las rampas del Alpe d’Huez. El momento crítico llegó en el cruce con Santa Cruz de Marcenado, con la pancarta de meta ya a la vista. El Ganges en pleno deshielo confluía con el Amazonas, y yo estaba en medio. Cuando por fin llegué, me consoló ver que no era el único cuya ropa destilaba los efluvios del primer invierno, y que muchas chicas tenían el rostro desencajado porque parecían recién salidas del último baño en la piscina que se iban a pegar esta temporada.

Así me sobrevino a mí el otoño, que no es más que un eufemismo del invierno, con las canciones de César Pop sonando. Las previsiones anticipan unos últimos días de tregua a partir de esta tarde, un veranillo de San Miguel que no es verano, sino una transición nostálgica y melancólica a los fríos de octubre, mes que este año empezó en la lluviosa mañana del 28 de septiembre. Yo soy un nostálgico, y me gusta prolongar los buenos momentos más allá de lo que dicta la razón, por eso hoy me voy a ver a Leiva a las fiestas de Las Rozas, dos conceptos (Leiva y las fiestas de los pueblos) que encajan perfectamente en el contexto de estos días en que uno no sabe si camiseta o abrigo. Los nubarrones de ayer se han despejado, al menos por unas horas, permitiendo que esta noche esté allí el maestro Pop acompañando al teclado al killer Leiva, dos genios a la hora de poner letra y música a estos momentos, los autores de la banda sonora del otoño.

__________________________________________________
El día de la despedida del veranillo de San Miguel,
mientras los pequeños llenan sus mochilas,
yo empiezo un nuevo curso también.
Para recoger de lo sembrado
lo que se nos haya dado bien,
y entender que al saltar no siempre se puede caer de pie.

Y entender que al partir no se debiera pensar en volver.
Y entender que al saltar no siempre se puede caer de pie.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Tan joven y tan viejo


Hace unas semanas me dio por escribir sobre los grandes jugadores que han lucido el dorsal número 14 sobre un campo de fútbol. Me faltaba uno por una cuestión puramente iconográfica, Esteban Granero, 14 de corazón, de hechura y de definición lucía el triste 11 en el Real Madrid, ya que es Xabi Alonso, el padrino del Pirata, quien velará por ese doble dígito hasta que venga un digno sucesor. Pues bien, gana el Madrí la Supercopa y Granero, harto de que desfilen ante él Oziles, Modrics y Essienes coge la puerta y se va. Con un par. Y como no puede ser de otra manera será el 14 de su nuevo equipo, el Queens Park Rangers. Y no queda ahí la cosa, resulta que el día de su debut en Loftus Road, tras empatar el QPR contra el Chelsea de otro rocker madridista como Juan Mata, aparece en el twitter de Leiva (sí, Leiva el de Leiva) esta foto:


Porque a veces, en Londres, sucede que las estrellas se alinean para formar una constelación radiante y luminosa como la que más. No eran Lennon, Richards y Clapton los que se reunieron en Picadilly, eran Granero, Leiva y Quique González los que aprovecharon la ocasión para celebrar la comunión eterna entre rock y fútbol. Ya lo dije en otra ocasión anterior, Granero es rock. Me vi tentado de escribir sobre él cuando apareció entrevistado en la portada de Jot Down, un reportaje en el que el protagonista menciona a Brahms, Kubrick, Coppola, Carver, Salinger, Kafka, Lucinda Williams, Wilco, Quique González y Leiva, por lo que no puede no puede decepcionar. Como aguanté el impulso entonces, reproduzco ahora su respuesta cuando le preguntan cuál le gustaría que fuera la última canción que oiría antes de morir: "si no tuviera escapatoria... me pondría a Quique González, una canción que no está editada todavía, estará el año que viene, él aún no tiene claro el nombre... pero no puedo decir de qué va... ¡Voy a cambiar de canción! Pondría Tan joven y tan viejo de Sabina". Ídolo, like a rolling stone. Porque él, tan joven como es, es tan viejo que no podría haber cogido otra canción, tan generacional, tan autobiográfica para los melancólicos. Incluso se permite lanzar un guiño al próximo disco del Kid. Precisamente es Sabina quien, junto a Serrat, compadrea con (genuflexión) José Tomás en la misma medida en que lo venera. Los buques insignia de una generación de cantautores rendidos al arte de un torero. Leiva y Quique, generación heredera de la de Sabina, apadrinan a otro torero como el Pirata en su dimensión artística, que no es pequeña. 
Una vez apareció Granero por el palco de Canal+ en San Isidro, y entrevistado por el futbolero-taurino Juan Carlos Sánchez se confesó como aficionado a los toros y descendiente de toreros. Pues bien, leía hace poco en el anecdotario de Rubén Amón No puede ser y además es imposible sobre un matador, virtuoso del violín, que al final se decantó por dejar la música en favor de la sangre de los toros. Se llamaba Manuel Granero. ¿Será su bisabuelo? Como soy una persona que a veces se permite creer en algunas cosas sin fundamento ninguno, voy a creer que sí, que lo es, y que parte del arte y la sensibilidad del Pirata, Juan Belmonte de la Premier y Jim Hawkins de los Rangers, se deben a que pertenece a esa casta férrea y eterna de seres sobrehumanos que son los matadores de toros. 
Triste, porque se va el más madridista de los pocos madridistas que quedaban en el Madrid. Pero contento, porque el mismo día en que José Tomás, entre poetas, premios Nobel y la crema de la cultura, firmó la mayor epopeya nunca vista en una plaza de toros, Esteban Granero salía, con el 14 en la espalda, por la puerta grande de Loftus Road, vigilado desde la grada por los poetas de su generación, de la contracultura como él, en la ciudad de la contracultura de los Stones y de los Clash.


____________________________________________
Así que de momento nada de adiós, muchachos
Me duermo en los entierros de mi generación
Cada noche me invento, todavía me emborracho
Tan joven y tan viejo, like a rolling stone