lunes, 24 de diciembre de 2012

La Navidad supera la ficción


Una de las primeras veces que recuerdo ir a la Alameda de Osuna, en la misma calle donde está la salida del metro, mi amiga allí residente me hizo ver una pintada en la acera que rezaba así: "La Navidad supera la ficción". Esa frase se quedó grabada en mi cabeza y, desde entonces, no ha dejado de hacerme divagar sobre su significado. La Navidad supera la ficción... Uno piensa en las calles del centro con sus luminarias kilométricas, en la gente que se agolpa en los grandes almacenes pugnando por llevarse el perfume de más alta graduación, y desde luego ve cómo, con toda crudeza, la Navidad supera la ficción de paz y amor. O acaso el misterioso graffitero de la Alameda de Osuna se refiriera al sentido que desde ciertas élites se quiere quitar a estos días, a propósito de las felicitaciones de contenido religioso. Manuel Jabois, ateo, lo replicaba así en un artículo llamado Felices Fiestas"Uno de ellos (los problemas derivados del ateísmo militante de Jabois) tenía que ver con la Navidad, que solventé convenciéndome que aquello era una larguísima tradición fundada, a mi juicio, en un mito, pero que celebraría porque está incorporada a la genética de mi cultura, y también porque soy un poco alcohólico (...). ¿Y por qué Felices Fiestas en diciembre?, habría que preguntarle a su señoría, ¿y no en agosto? Las familias se reúnen a cenar el día 24 de diciembre por un nacimiento en el que unos creen y otros no, pero negar los orígenes de la Navidad y refundarlo todo es como esa ridiculez del bautizo ateo, que cuando se lo propuse a mi madre por pesada contestó que dejase al niño mejor así «por no llamar la atención del diablo»".
Hasta aquí mis reflexiones que, como pueden ver, ni siquiera son propias, que cada uno interprete lo que quiera de la pintada de la Alameda, que para eso está impresa en suelo de dominio público.



Yo nunca fui muy de peces en el río, bebiendo y bebiendo hasta la cirrosis y el paroxismo. Nunca me gustó mucho la tradición castiza de coger panderetas de plástico, zambombas húmedas y guitarras con dos cuerdas de menos con el objeto de cantar la Navidad con villancicos que versan sobre ratones que entran al Portal, remiendos y chocolateras. Reniego. Yo siempre creí en esa Navidad en blanco y negro de Central Park, con la nieve cayendo sobre los patinadores del lago mientras suena Bing Crosby, Louis Armstrong o Frank Sinatra. Qué le voy a hacer, me gustan más los villancicos de los americanos, que casan perfectamente con una postal nocturna de la Gran Vía de Madrid, nuestra pequeña Quinta Avenida.



Y yo, que simplemente quería felicitarles la Navidad, qué manera tengo de enrollarme y de acabar hablando siempre de Jabois o de Quique González. El año pasado tiré por lo profano y mi felicitación fue Santa Claus is coming to town, en voz de Bruce Springsteen; este año vamos por lo sacro, les dejo con otro villancico de los míos, Jesus Christ, de Big Star. Desde Billete de Vuelta les deseo una Navidad larga y muy feliz, y también que lean buenos libros, ni de autoayuda ni de presentadores de televisión, que escuchen grandes discos y se sirvan los gin tonics con la precisión adecuada. Que se resguarden cuando se ponga a llover y se sepan mojar cuando sea necesarioQue envuelvan sus problemas en sueños, se manchen las manos de Navidad y que esta supere la ficción, pero siempre para bien. Salud.



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Angels from the realms of glory,
stars shone bright above
Royal David city 
was bathed in the light of love

Jesus Christ was born today, 
Jesus Christ was born 

Lo, they did rejoice
fine and pure of voice
And the wrong shall fail, 
and the right prevail.

Jesus Christ was born today, 
Jesus Christ was born 


And we're gonna get born now

viernes, 21 de diciembre de 2012

Canciones para el fin del mundo

A esta hora del viernes 21 de diciembre del 2012 estoy vivo pero, según cierta civilización  mesoamericana de hace milenios, el Apocalipsis tendrá lugar dentro de algunas horas, y con él nos llegará a los humanos la hora de morir irremediablemente. No voy a poner en duda los cálculos que hace unos cuantos siglos realizaron unos señores en taparrabos que, por lo visto, desconocían artilugios tan avanzados y futuristas como la rueda, así que me hundo en la resignación y me dispongo a pasar una de las tres horas que le quedan al planeta hablando de música. He pensado que, ya que dicen que esta noche vamos a ser asolados por cataclismos meteóricos, terremotos infernales y olas gigantes, al menos que tengamos el alma preparada gracias a la música. Con este post pretendo preparar al lector para el inexorable final de las civilizaciones con una lista de canciones sobre esta temática. En general, cualquier canción sobre el fin del mundo, la destrucción masiva o el juicio final era susceptible de entrar, pero por cuestión de gustos y de prejuicios la lista es la que es. Por otra parte, en un blog amigo como es Posts desde el Subsuelo se acaba de confeccionar un post similar pero estrictamente cinematográfico, para que luego digan que no tienen música ni películas que elegir. Dejo al final del post la lista en Spotify y, sin más preámbulos, entremos en materia. Como decía Sabina, que el fin del mundo nos pille bailando.

1. It's the end of the world as we know it, R.E.M.



Quizás sea una evidencia, pero una lista así tiene que ser abierta con esta canción. Habla de terremotos y huracanes, y Michael Stype acepta estoicamente el ocaso de sus días diciendo It's the end of the world as we know it, and I feel fine; es el fin del mundo tal y como lo conocemos y yo me siento bien.

2. Lonesome day, Bruce Springsteen.



Esta canción fue escrita por el Jefe a raíz de los atentados del 11-S en Nueva York. Su temática no puede ser más desoladora, "un sol oscuro saliendo, la tormenta arrasará..." y demás alegorías sobre la muerte; temazo potente de rock de estadio para plantarle cara.

3. Until the end of the world, U2.


Una canción mítica del que probablemente es el mejor disco de U2, Achtung Baby, a partir del cual se convirtieron en el producto de todo a cien que son hoy. Until the end of the world es de lo mejor del disco, con guitarrazos enérgicos y un solo memorable de The Edge. Seguimos preparando el fin del mundo con rock.

4. (I'll love you) till the end of the world, Nick Cave & the Bad Seeds.


También hay hueco para canciones de amor en esta lista, como esta de Nick Cave en la que le promete su chica amor incondicional hasta que llegue el fin, así que no le queda mucho. Gran canción para despedirse.

5. Dance me to the end of love, Leonard Cohen.


Digo yo que si se acaba la vida en el mundo también se acabará el amor, es ahí donde cobra sentido el título de esta canción del señor Cohen, báilame hasta el final del amor. Con Dance me ponemos fin a esta pequeña dosis de sentimentalismo para despedirse de las mujeres, y volvemos a la destrucción del planeta Tierra.

6. A hard rain's a-gonna fall, Bob Dylan.


Para contextualizar, esta canción fue escrita por Dylan en plena crisis de los misiles, con decenas de cabezas nucleares soviéticas plantadas en Cuba y apuntando directas a la Casa Blanca. "A hard rain's a-gonna fall means something is gonna happen" dice el propio Bob al principio la versión en directo, refiriéndose al holocausto nuclear al que parecía condenado el mundo occidental. No hubo holocausto, pero nos quedó esta memorable canción.

7. The Man comes around, Johnny Cash.


Seguimos la lista con una canción del hombre de negro que hace referencia clara al día del Juicio Final y a la segunda venida de Jesucristo, "there's a man going around taking names and hedecides who to free and who to blame, everybody won't be treated the same, there'll be a golden ladder reaching down when the Man comes around". Durante sus últimos años Johnny Cash se prodigó en cantar canciones sobre la muerte (Hurt, God's gonna cut you down...), pero en esta no se refería solo a la suya, sino a la de todos los hombres.

8. Bad moon rising, Creedence Clearwater Revival.


Habla aquí John Fogerty del destino fatal que les espera a los que salgan a la calle una noche como la de hoy: "don't go around tonight, it's a bound to take your life, there's a bad moon on the rise". Canciones apocalípticas pero de buen rollo, como debe ser.

9. When the word ends, Dave Matthews Band.


Salto de algunas décadas hasta los 90, cuando la Dave Matthews Band publicó su disco Everyday. When the world ends, rock suave en otra canción más sobre el final.

10. London calling, The Clash.


El Apocalipsis va por barrios, y en esta canción es a los londinenses a los que les toca escuchar las trompetas de Jericó. En London Calling habla Joe Strummer de catástrofes nucleares y glaciaciones letales que tendrán las orillas del Támesis como epicentro.

11. Revelations, Iron Maiden.


Durante años, servidor fue a una escuela de rock en la que le instruían sobre las grandes bandas del género, desde los Beatles hasta Black Sabbath. Allí conocí esta brutal Revelations que, para quien no lo sepa, significa Apocalipsis en inglés, ya que este libro de la Biblia se conoce también como el de las Revelaciones. Una concesión al heavy de Iron Maiden para la lista, ya que no podía faltar la banda que más ha cultivado el rock apocalíptico.

12. The end of the world, The Cure.
Esta es otra banda que, por estética, tiene pinta de ser docta en el asunto de la muerte y el final de los tiempos. Nunca he sido muy aficionado a The Cure, pero hay que reconocerles grandes temas como Friday I'm in love, Boys don't cry o esta The end of the world.

13. The man who sold the world, David Bowie.



Otro que probablemente tenga un pacto con los mayas es David Bowie, el pelirrojo con un ojo de cada color, experto en canciones sobre alienígenas, viajes espaciales y arañas invasoras. Aquí dejo The man who sold the world, el hombre que vendió al mundo, que más tarde hizo extra-famosa Kurt Cobain.

14. Sympathy for the Devil, The Rolling Stones.


No podían faltar los Stones, los embajadores del satanismo en la Tierra, que probablemente estén esperando a que llegue el fin del mundo para reencontrarse con su viejo colega el Diablo, interpretado magníficamente por Harvey Keitel, para mostrarle sus simpatías.

15. The end, The Doors.


La canción definitiva sobre el final de los finales. Quién no recuerda la escena inicial de Apocalypse Now, en que un palmeral vietnamita es asolado por napalm norteamericano mientras suena esta canción. "This is the end, my only friend, the end". Y con The end, llega también esta lista a su fin. Como diría Desmond Hume en Lost, see you in another life brother.



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This is the end, beautiful friend
This is the end, my only friend
The end of our elaborate plans
The end of everything that stands, the end

No safety or surprise, the end
I'll never look into your eyes again

jueves, 13 de diciembre de 2012

Radio City



Hoy he vuelto a Radio City, uno de esos rincones de los que quedan pocos en Madrid. Sita en la Plaza de la Guardia de Corps, en la Malasaña occidental, Radio City es una de esas tiendas de rock-and-roll-actitud donde se respira música en vez de prisa, que es lo que se respira en las grandes superficies. La tienda, modesta donde las haya, cobija en sus 10 metros cuadrados un repertorio de discos que, de tan exquisito, desborda todo conocimiento musical que cualquier melómano hubiera anhelado nunca.

Iba yo a Radio City con la intención de liquidar los perentorios regalos de Navidad y para recoger un disco encargado que Spotify ya me ha vetado de tanto darle al play, por lo que ya iba siendo hora de hacerse con él. Se trata del Third / Sister Lovers de Big Star, la menos reconocida de las grandes bandas de la historia, al menos en un país de bisbales y sergioramos como el nuestro. Y con "grandes" hablo de las diez más grandes, perdonen la osadía, por entidad y por la grandísima influencia sobre bandas posteriores como REM, Jayhawks o Wilco (Kangaroo, de 1978, es la cosa más parecida a Wilco que yo conozca, y veinte años antes de Wilco). Big Star es el punto donde se conectan los sonidos de los Beatles, los Stones, la Velvet Underground y la Creedence, sintetizando en sus discos guitarrazos de rock clásico, country suave y hasta algún matiz de psicodelia experimental, con protagonismo siempre de la melodía, que tanto cultivó su líder y principal vocalista, el inconmensurable Alex Chilton. Big Star sacaron tres discos en los 70, antes de separarse para los siguientes lustros, #1 RecordRadio City (¡eh, como la tienda!) y el ya referido Third.  De Radio City, que pasa por ser uno de mis discos favoritos, es de lo que yo quería hablar. Es difícil encontrar mayor concentración de temazos en un disco, entre ellos varios de los mayores éxitos de la banda, como Back of a Car, Life is White, Way Out West o, über alles, September Gurls. Disco imprescindible Radio City, emblema del denominado power pop y seguramente uno de los mejores trabajos de la historia del rock.


Hago desde aquí un llamamiento a la humanidad para que haga apología de las tiendas de discos pequeñas -God save little shops-, por un mundo con una Radio City donde te puedas comprar el Radio City (sospecho que en El Corte Inglés nunca ha estado en stock). Tiendas con torres de vinilos apilados, como la de Rob en Alta Fidelidad, que luchan por sobrevivir a las demandas de la masa que llena los conciertos del Pablo Alborán ese. Tiendas en las que te pueda pasar lo que a mi hoy en Radio City: estar buceando en la colección de folk sesentero y que aparezca el maestro Andrés Calamaro, malasañero insigne del Plata, dispuesto a cogerte del brazo y agradecerte que le pidas una foto. Id a Radio City amigos, que por cierto se muda para año nuevo unos metros más allá, a la calle Conde Duque. Id a Radio City porque, mientras existan en Madrid tiendas así, la música tendrá un buen refugio donde resguardarse de la tormenta.

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Lo esconden de las luces y los focos,
lo mezclan con reclamos comerciales,
lo repudian como a un virus contagioso,
pero vuelve a perderse por los bares.

Pero no olvides, no traiciones
lo que siempre te ha hecho vivir.
No olvides, no traiciones
lo que llevas muy dentro de ti,
porque no muere jamás 
tu rock and roll actitud.

martes, 4 de diciembre de 2012

Delantera mítica

Yo quería hacer con los goles de Hugo Sánchez lo que después quise hacer con mi vida: detenerlos en el tiempo, congelar la felicidad y mantenerla envasada en la nevera para cogerlos cualquier día y abrirlos como si fuese un helado. 
 Manuel Jabois, Grupo Salvaje. 

Delantera mítica sabe a fútbol añejo, a humo de bengala y gente apiñada en el gallinero. Evoca a los tacos de Juanito aplastando la cabeza de Matthäus, a Zanussi, a Parmalat. Recuerda a Hugo Sánchez metiendo 38 goles al primer toque, al grupo salvaje, a la puta banda. Suena a Teka, a Suker encaramado a las vallas de metal del Fondo Sur, a Raúl galopando solo por París, sorteando a Cañizares y sellando la victoria eterna del Real Madrid.


Aunque Delantera mítica también pudiera ser Marilyn en La tentación vive arriba, mientras suena Rachmaninov, o Anita Ekberg bañándose en la Fontana de Trevi en La dolce vita. O quizás Catherine Zeta Jones cuando todavía era universitaria en Alta Fidelidad, o hasta Scarlett Johansson fumando en Match Point.


Todo esto es Delantera mítica, el título elegido por Quique González para su nuevo disco, que aparecerá en febrero. Pocos lo han podido oír y pocos saben de su contenido, pero con ese título yo sé que me va a gustar.


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Corrimos por Madrid detrás de algún balón,
bebimos en los bares hasta ver el sol,
quemamos el motor, volvieron a crujir
las vías de trenes.
Besamos a traición a aquella Marilyn
con aire trasnochado de Brigitte Bardot,
nos fuimos a dormir, intacto el corazón,
y no perdimos nada.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Los mercaderes del templo




El otro día Windows me sufragó medio concierto de Leiva e Iván Ferreiro. A mí y a otros 700 individuos que, puntualmente, obtuvimos nuestra invitación gratuita un par de días antes, convirtiéndonos automáticamente en muñeco vudú de millares de quinceañeras excéntricas que estarían deseando calarse desde el mediodía a la puerta de la Joy para gritar durante alguna canción de Pereza y durante algún tramo de Turnedo, de Ferreiro. El panorama dentro de la sala anticipaba la instalación, unas calles más allá, del anodino escenario navideño de Cortilandia, con fluorescentes publicitarios del imperio Gates, televisiones mostrando las bondades de tal o cuál apero informático que escapa a mi conocimiento y sombreritos gratis para todos, como en un octavo cumpleaños en la piscina. Congregados allí los presentes, salió a escena Toni Garrido, ese locutor de voz grave y pelo hirsuto que, por exigencias del guión, nos lanzó la propaganda de turno mientras se burlaba interiormente de un público que pensaba “¿Toni qué?”. Yo, que perdí media infancia el día en que Zubizarreta convirtió en gol en propia meta lo que parecía un pase sobre Finidi, desconfío desde entonces de todo lo susceptible de revestir solemnidad. Y como revestir el acto de solemnidad era lo que el organizador pretendía mediante este presentador ad hoc, pues desconfié. 

Nigeria 3-2 España, Mundial de Francia 98

Salió Ferreiro, seis canciones. Salió Garrido, hizo un par de preguntas just for the record al gallego. “¿Windows qué?” respondió, “Ya sabes, estamos celebrando el lanzamiento de Windows 8”, ante lo que el cuarentón de 1’60 concluyó “Sí, sí… ha sido una experiencia musical”. Y entonces el músico se retiró en un carro alado tirado por dos caballos incandescentes. Salió Leiva, seis canciones. Los decibelios de la platea aumentaron considerablemente, pero no creo que porque todos fueran de la Alameda de Osuna. Vi al maestro César Pop otear el cielo de la Joy con el ceño fruncido, fijar la mirada en la cartelería de una firma de ordenadores y pensar por un momento “¿Qué he hecho yo para merecer esto?”, pensamiento que se disipó cuando sonaron las guitarras de los hermanos Conejo Torres y todo volvió a la normalidad. Durante el set de Leiva reapareció Ferreiro para cantar al alimón y por primera vez en directo Anticiclón, canción potente, enérgica y energética a pesar de que los intérpretes necesitaron de un aparatoso atril con la chuleta de la letra que ocultaba el cuerpo de Ferreiro hasta la altura de la garganta. Salió Toni Garrido, hizo un par de preguntas a los dos músicos, “No sé, en realidad ha sido Iván el que se ha encargado de la tecnología”, a lo que Iván replicó “¿Windows qué?”. Se retiraron presentador, músicos y respetable, terminó el medio concierto.

Musicalmente fueron impecables. La banda de Iván Ferreiro suena sólida y curtida como pocas en España, y la voz sigue sonando con la fuerza de los tiempos remotos de los Piratas. La Leiband, como se hacen llamar ahora los acólitos del perro flaco de la Alameda, suena cada día mejor y se nota la compenetración Leiva-Juancho-Pop en la fluidez de las canciones. Fueron doce temas escogidos entre lo más granado de los repertorios de sendos artistas que sonaron a Riviera pagando veinte euros. Todo genial hasta que uno reparaba en que al acabar solo eran las 21:00, era en Joy y los que invitaban eran los americanos. Pero Edu, ¿si fue gratis qué más te da? No es eso, me alegré mucho de ir y disfruté del show, un rato viendo a Leiva y Ferreiro, por corto que sea, siempre es agradable. He ido a magníficos conciertos sin pagar un duro, entre los que destaco uno de Ariel Rot en La Riviera por cuenta y riesgo de un gimnasio (no sé muy bien cómo conseguí colarme entre tanto bíceps definido) y uno antológico de Loquillo en las fiestas de La Elipa, entre algodón de azúcar y cubatas de ron barato. En Joy simplemente vi con tristeza el poder del marketing para con el rock en toda su crudeza. Si quieren pagar conciertos de los músicos que me gustan yo encantado, pero me da pena verlos así, en conciertos que se emiten en streaming en YouTube y con una zona vip plagada de ingenieros informáticos. No sé de quién es la culpa de dejarme esta sensación agridulce, ya que el pobre Iván Ferreiro no parecía haber tocado un ordenador en su vida y lo más tecnológico que tiene Leiva en su casa es un secador de pelo, por lo que sospecho (y celebro) que solo estaban allí para cobrar. Pero por otro lado pensé que un músico como Quique González (lo siento, siempre acabo igual) nunca habría participado de ese circo. Serán los tiempos de crisis, por lo que señalaré inquisitorialmente a Windows como diana de la cólera de los dioses. Fui, y repito, me alegré, pero los que somos fans irredentos de Alta Fidelidad sentimos ligeros escalofríos cuando vemos que los mercaderes han entrado en el templo.


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Cuando fuimos los mejores
nuestro otro yo nos acechaba.
Mercaderes de deseos,
habitantes de la nada.

viernes, 19 de octubre de 2012

Con Wilco la vida puede ser maravillosa


Estamos a viernes en el momento en que me pongo a escribir estas líneas. Llevo tres días paladeando uno de los mejores conciertos a los que he ido nunca. Las cosas buenas hay que saborearlas, como el regusto que deja el primer gin tonic, que llena de felicidad los instantes previos a que te sirvan el segundo. Quizás no fuera un concierto sublime (como los promotores lo habían bautizado) desde el punto de vista técnico-logístico, para nada por el recinto, tampoco por la extensión, que fue normal sin más, y supongo que tampoco por el repertorio, al que mentes retorcidas como la mía pueden reprochar algunas ausencias. Me da igual. Yo juzgo por la energía, por la emoción que los músicos intentan transmitir con sus balas, las canciones, y en ese sentido fue un concierto brillante, impecable, de los que se recuerdan. Sí, estoy hablando de Wilco, probablemente la mejor banda de rock del mundo en estos momentos.

Los meses previos al concierto, el día en que pagas las entradas a tu hermano... Ese momento en que el concierto ya ha empezado en la cabeza de uno y se empieza a estudiar concienzudamente el posible repertorio. La anticipación alevosa de la felicidad es un rito, como la fábula del zorro de Saint Exupery, a la que ya me he referido alguna vez: "Si sé que vienes a las cuatro de la tarde, comenzaré a estar feliz desde las tres. A medida que se acerque la hora más feliz me sentiré. A las cuatro estaré agitado e inquieto; ¡comenzaré a descubrir el precio de la felicidad!". 
Nunca me había preparado tanto para un concierto, pues reconozco que antes de tener las entradas para Vistalegre solo conocía a la perfección el Being There y el Yankee Hotel Foxtrot, había prestado poca atención a Summerteeth y Sky Blue Sky, y apenas había oído nada más. Pobre infeliz. Descubrir el maravilloso mundo de canciones desconocidas como Passenger side, Hummingbird, Born Alone..., redescubrir Via Chicago, Can't Stand It, A Shot in the Arm o Impossible Germany  ha sido mi búsqueda del tiempo perdido, una experiencia emocional redentora. Qué gran verano escuchando a Wilco.


Podría hablar de ese tenebroso Stonehenge carabanchelero que es el Palacio de Vistalegre y la incomprensible decisión de hacer un concierto para 3.000 personas en un recinto para 10.000. Podría desenvainar la espada contra la promotora del concierto por permitir que algunas notas de la banda más detallista se perdieran, entre bruma y humo de canuto, en las oscuras bóvedas de la plaza de toros. Me niego, no quiero. Disfruté tanto del concierto que me engañaría a mí mismo fantaseando sobre cómo podría haber sido de haberse fraguado en mejores condiciones. 
No quiero prodigarme en los pormenores musicales del concierto, críticas las hay mejores y más precisas (no así las de El Mundo y ABC, mejor leer Esa Canción me Suena, o Calle 51), pero no puedo evitar mencionar los que yo viví como momentos cumbre de la velada. Impossible Germany, la mejor canción de rock para adultos, fue ese torrente incesante en el que los solos sobre la escala mayor que salían de la Fender Jaguar de Nels Cline se colaron hasta lo más profundo de los privilegiados asistentes. Born Alone, mi favorita del último disco, brillante melodía pop con final electrizante. Las dos referencias al A.M., el menos experimental de los discos de Wilco, fueron brutales: la cañera Box Full of Letters y la sentimental Passenger Side. Qué grande es Jeff Tweedy, joder. Es el Bob Dylan del siglo XXI, el Quique González americano, el rockero atormentado que todos hemos querido ser. El primer cuadro terminó con A Shot in the Arm (a propósito de esta canción recomiendo de nuevo leer la última entrada de Esa Canción me Suena), que sí que fue ciertamente sublime. Y los bises, ¡oh los bises!, cuando culmina todo lo que llevas meses escuchando, la suerte suprema que mantendrá el concierto vivo en la memoria. Via Chicago es, sencillamente, una jodida obra maestra; de Jesus, etc. todo lo que pueda decir es poco, ya que puede que sea la mejor canción de los últimos 40 años; Outtasite y Monday son un bombardeo de rock; y Hoodoo Voodoo un epígono funky para una noche redonda.


Llegados a este punto pido perdón por mi desaliñada prosa tan centrada en canciones, en detalles y en momentos que quizá carezcan para el lector de la relevancia que tienen para mí, sé que no soy nada parcial. Pero qué carajo, ¿alguien lo es? Estoy convencido de que durante algo más de horas, muchas personas vivieron en Vistalegre grandes momentos escuchando a una banda de rock. Ha sido la primera vez que he visto a Wilco sobre un escenario y sé que no será la última porque, después de haberles visto en Madrid esta semana, puedo decir que mi vida es un poco mejor.
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Jesus, don't cry,you can rely on me, honey
You can combine anything you want
I'll be around, you were right about the stars
Each one is a setting sun

Tall buildings shake
Voices escape singing sad sad songs
tuned to chords 
Strung down your cheeks
Bitter melodies turning your orbit around



sábado, 29 de septiembre de 2012

La banda sonora del otoño



Sucedió, como casi todas las cosas malas, inesperadamente. Llovía, es cierto, pero nada parecía diferenciar esos dos minutos bajo el agua entre mi casa y la boca metro de cualquier otra tormenta de verano, de ahí mi indiferencia. Por desgracia, cuando media hora más tarde subí las escaleras de mi estación de destino, la salvaje tormenta no había hecho más que avivarse. Y los cuatro minutos que me separaban de la puerta de la universidad fueron cruelmente reveladores: el verano llegaba a su fin. Su llegada fue sonada, con tiempo suficiente para preparar cuerpo y alma, pero se fue sin despedirse, sin cerrar la puerta al salir y con la ceniza del cigarrillo aún humeando. Normalmente es un trayecto agradable, los doscientos metros que mide la calle Mártires de Alcalá los aprovecho para repetir alguna de las canciones que más me gustan del disco que venía oyendo en el metro, mientras supero sin prisa la ligera pendiente que llega hasta Alberto Aguilera. Irónicamente, la canción de ese día era Flacos y Famosos, de César Pop, que me dejó grabada en la mente la frase “que te resguardes cuando se ponga a llover, y te sepas mojar cuando sea necesario”. Ojalá hubiera hecho caso. Al enfilar la cuesta vi cómo descendían hacía la calle Princesa los torrentes del mundo, y parecía que se habían puesto de acuerdo todos para desembocar en mis ajadas Converse. Remonté a duras penas la pendiente, que si otros días es ligera ayer parecía más dura que las rampas del Alpe d’Huez. El momento crítico llegó en el cruce con Santa Cruz de Marcenado, con la pancarta de meta ya a la vista. El Ganges en pleno deshielo confluía con el Amazonas, y yo estaba en medio. Cuando por fin llegué, me consoló ver que no era el único cuya ropa destilaba los efluvios del primer invierno, y que muchas chicas tenían el rostro desencajado porque parecían recién salidas del último baño en la piscina que se iban a pegar esta temporada.

Así me sobrevino a mí el otoño, que no es más que un eufemismo del invierno, con las canciones de César Pop sonando. Las previsiones anticipan unos últimos días de tregua a partir de esta tarde, un veranillo de San Miguel que no es verano, sino una transición nostálgica y melancólica a los fríos de octubre, mes que este año empezó en la lluviosa mañana del 28 de septiembre. Yo soy un nostálgico, y me gusta prolongar los buenos momentos más allá de lo que dicta la razón, por eso hoy me voy a ver a Leiva a las fiestas de Las Rozas, dos conceptos (Leiva y las fiestas de los pueblos) que encajan perfectamente en el contexto de estos días en que uno no sabe si camiseta o abrigo. Los nubarrones de ayer se han despejado, al menos por unas horas, permitiendo que esta noche esté allí el maestro Pop acompañando al teclado al killer Leiva, dos genios a la hora de poner letra y música a estos momentos, los autores de la banda sonora del otoño.

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El día de la despedida del veranillo de San Miguel,
mientras los pequeños llenan sus mochilas,
yo empiezo un nuevo curso también.
Para recoger de lo sembrado
lo que se nos haya dado bien,
y entender que al saltar no siempre se puede caer de pie.

Y entender que al partir no se debiera pensar en volver.
Y entender que al saltar no siempre se puede caer de pie.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Tan joven y tan viejo


Hace unas semanas me dio por escribir sobre los grandes jugadores que han lucido el dorsal número 14 sobre un campo de fútbol. Me faltaba uno por una cuestión puramente iconográfica, Esteban Granero, 14 de corazón, de hechura y de definición lucía el triste 11 en el Real Madrid, ya que es Xabi Alonso, el padrino del Pirata, quien velará por ese doble dígito hasta que venga un digno sucesor. Pues bien, gana el Madrí la Supercopa y Granero, harto de que desfilen ante él Oziles, Modrics y Essienes coge la puerta y se va. Con un par. Y como no puede ser de otra manera será el 14 de su nuevo equipo, el Queens Park Rangers. Y no queda ahí la cosa, resulta que el día de su debut en Loftus Road, tras empatar el QPR contra el Chelsea de otro rocker madridista como Juan Mata, aparece en el twitter de Leiva (sí, Leiva el de Leiva) esta foto:


Porque a veces, en Londres, sucede que las estrellas se alinean para formar una constelación radiante y luminosa como la que más. No eran Lennon, Richards y Clapton los que se reunieron en Picadilly, eran Granero, Leiva y Quique González los que aprovecharon la ocasión para celebrar la comunión eterna entre rock y fútbol. Ya lo dije en otra ocasión anterior, Granero es rock. Me vi tentado de escribir sobre él cuando apareció entrevistado en la portada de Jot Down, un reportaje en el que el protagonista menciona a Brahms, Kubrick, Coppola, Carver, Salinger, Kafka, Lucinda Williams, Wilco, Quique González y Leiva, por lo que no puede no puede decepcionar. Como aguanté el impulso entonces, reproduzco ahora su respuesta cuando le preguntan cuál le gustaría que fuera la última canción que oiría antes de morir: "si no tuviera escapatoria... me pondría a Quique González, una canción que no está editada todavía, estará el año que viene, él aún no tiene claro el nombre... pero no puedo decir de qué va... ¡Voy a cambiar de canción! Pondría Tan joven y tan viejo de Sabina". Ídolo, like a rolling stone. Porque él, tan joven como es, es tan viejo que no podría haber cogido otra canción, tan generacional, tan autobiográfica para los melancólicos. Incluso se permite lanzar un guiño al próximo disco del Kid. Precisamente es Sabina quien, junto a Serrat, compadrea con (genuflexión) José Tomás en la misma medida en que lo venera. Los buques insignia de una generación de cantautores rendidos al arte de un torero. Leiva y Quique, generación heredera de la de Sabina, apadrinan a otro torero como el Pirata en su dimensión artística, que no es pequeña. 
Una vez apareció Granero por el palco de Canal+ en San Isidro, y entrevistado por el futbolero-taurino Juan Carlos Sánchez se confesó como aficionado a los toros y descendiente de toreros. Pues bien, leía hace poco en el anecdotario de Rubén Amón No puede ser y además es imposible sobre un matador, virtuoso del violín, que al final se decantó por dejar la música en favor de la sangre de los toros. Se llamaba Manuel Granero. ¿Será su bisabuelo? Como soy una persona que a veces se permite creer en algunas cosas sin fundamento ninguno, voy a creer que sí, que lo es, y que parte del arte y la sensibilidad del Pirata, Juan Belmonte de la Premier y Jim Hawkins de los Rangers, se deben a que pertenece a esa casta férrea y eterna de seres sobrehumanos que son los matadores de toros. 
Triste, porque se va el más madridista de los pocos madridistas que quedaban en el Madrid. Pero contento, porque el mismo día en que José Tomás, entre poetas, premios Nobel y la crema de la cultura, firmó la mayor epopeya nunca vista en una plaza de toros, Esteban Granero salía, con el 14 en la espalda, por la puerta grande de Loftus Road, vigilado desde la grada por los poetas de su generación, de la contracultura como él, en la ciudad de la contracultura de los Stones y de los Clash.


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Así que de momento nada de adiós, muchachos
Me duermo en los entierros de mi generación
Cada noche me invento, todavía me emborracho
Tan joven y tan viejo, like a rolling stone


domingo, 29 de julio de 2012

El insomnio y el silencio


Hay noches en que hay tanto ruido en la mente y tantas dudas alrededor del pensamiento que dormir es imposible. Supongo que el silencio es lo que pasa en el mundo cuando esto ocurre. Entonces cualquier excusa es válida: esta noche mi mecanismo de defensa ha sido fácil, y en vez de dar vueltas en la cama he acabado viendo otra vez la gran crónica del insomnio y el silencio, Lost in Translation. Probablemente, nunca una película consiguió decir tanto con los silencios. Dos insomnes desconocidos, Scarlett Johansson y Bill Murray, almas en pena en una ciudad hostil, encuentran sus lugares comunes en Tokio, entre neón y ruido de videoconsola. Ella pasa las horas sentada junto a la ventana de su habitación, ante la inmensidad de la ciudad, con la mirada triste perdida entre los rascacielos, como buscando respuestas en las ventanas de los edificios. Él bebe whisky en el bar del hotel, consumiendo el tiempo de su vida con el mismo propósito con que se disipa el humo de su puro en el techo de la sala, ninguno. Hasta que se conocen. Los personajes convierten sus respectivas soledades en una y buscan consuelo en la intimidad del otro. No necesitan palabras para entenderse, porque los sentimientos se pueden perder en la traducción al lenguaje. Y aun cuando en la escena final de la película Murray susurra algo al oído de Scarlett en medio de la calle, rodeado de carteles luminosos y colegialas japonesas, no necesitamos escuchar las palabras, inaudibles entre la multitud, porque gracias a nuestra imaginación convertimos ese silencio en la música de las emociones, y las emociones no se pueden perder en la traducción.


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En Tokio solo hay cuervos, y en mi corazón un hueco
donde solo se oye el eco de tu voz
Me voy al aeropuerto. Sobran los momentos
en que todos me preguntan dónde estoy
He estado tantas veces en lugares a los que nunca fui
A veces necesito separarme de ti

martes, 24 de julio de 2012

This city won't ever drown


Los que hayan visto el documental que acompaña al Daiquiri Blues de Quique González recordarán la historia de la canción Riesgo y Altura, contada por sus autores (Quique y César Pop) y por el productor Brad Jones, que aprovecha para explicar el sentido primigenio de las notas con que los vientos van a aderezar la base melódica compuesta por Pop. Para quien no lo haya visto, lo cuento aquí. Jones cuenta cómo en los funerales tradicionales de Nueva Orleans, de camino al cementerio, las brass bands acompañan al cortejo fúnebre con marchas lentas, donde los metales lloran al paso lento de la comitiva, encabezada por dos caballos, uno negro, como la muerte, y otro blanco, como la vida que se escapa, que tiran del fatídico carro donde descansa el cadáver. Una vez enterrado el difunto toca celebrar con música que los demás seguimos en este mundo, así se hace en Nueva Orleans, y se vuelve a hacer el camino en la dirección contraria, esta vez con marchas rápidas, festivas, que incitan a hombres y mujeres a bailar mientras agitan sus pañuelos con emoción sacrosanta. Así evolucionó la música de Nueva Orleans, cuna del jazz, ciudad donde van a parar todos los ritmos que arrastra la corriente del Mississippi desde el norte del delta: el góspel, el blues y más tarde el rock and roll.


Este relato de Brad Jones me ha venido a la cabeza varias veces últimamente, pues acabo de terminar de ver la segunda (y por ahora última) temporada de Treme, probablemente la serie perfecta para los aficionados a la música americana. Treme, o Tremé, que es el barrio más musical de Nueva Orleans (It's the musical heart of New Orleans, which is the musical heart of America dice Steve Earle), relata la vida de una comunidad que trata de levantarse tras la estocada casi mortal que el Katrina asestó a la ciudad. Los protagonistas se intentan sobreponer a la miseria y el caos que la tormenta dejó, con la música siempre como vía de escape para salvar la vida, en la ciudad en que la vida y la muerte bailan más juntas de todo el mundo civilizado. El reparto está repleto de personajes carismáticos como Cray, el atormentado profesor de literatura interpretado por John Goodman; su mujer, la valiente abogada Toni Bernette; el vividor y virtuoso del trombón Antoine Battiste, depositario de toda la tradición musical de Treme; el desaliñado DJ y músico incombustible Davis McAlary, con sus reivindicaciones pseudo-políticas; el holandés Sonny, pianista-guitarrista callejero adicto a todo; y la exótica Annie (Lucia Micarelli), siempre acompañada de su violín, que realmente interpreta ella en la serie. Además, en casi todos los episodios nos sorprende el cameo de alguna estrella como Elvis Costello, Lucinda Williams, John Hiatt, Dr. John y, con un papel bastante importante y continuado en las dos temporadas, Steve Earle, que interpreta a un músico callejero bonachón y musicalmente enciclopédico. De hecho, Earle compuso una canción para la serie, o más bien para la ciudad, la enorme This City, que luego apareció en su disco I'll never get out of this world alive. Todos los personajes que aparecen, protagonistas o secundarios, tienen en común estar enamorados de Nueva Orleans, de sus tradiciones centenarias, de sus Second Lines callejeras, de las raíces cajún-españolas-francesas-afroamericanas del delta, de los grupos de indios que se preparan todo el año para lucir sus galas en el carnaval, del Mardi Gras eterno de la ciudad creciente.

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This city won't wash away, this city won't ever drown
Blood in the water and hell to pay, sky turned gray when the pain rained down
Doesn't matter, let come that may, I ain't ever going to leave this town
This city won't wash away, this city won't ever drown

Ain't the river or the wind to blame as everybody around here knows
Nothing holding back Pontchartrain except a prayer and a promise's ghost
This town's digging our graves in solid marble above the ground
Maybe our bones will wash away, this city won't ever drown
This city won't ever die, just as long as our heart be strong

sábado, 14 de julio de 2012

Cada vez que llega el verano


Cada vez que llega el verano, en el sentido más burocrático del término, es decir, cuando termina el último examen o se activa el email automático “I’m out of office, please contact…”, uno vuelve irremediablemente a la infancia, a la nostalgia, a la melancolía de los veranos largos de hace años. Al menos a mí me pasa. Por unos momentos se olvidan totalmente las ataduras al mundo real y se tiene una dimensión eterna del verano, que no es otra cosa que volver a la más cándida niñez. Dura solo unos instantes, hasta que te das cuenta de que en tres semanas estarás de nuevo en la oficina, o que antes del viernes tienes que matricularte de las asignaturas suspensas.
A mí el verano me recuerda al Principito, a viajes en avioneta alrededor del mundo, a la posibilidad de coger tu taburete y desplazarte a otra parte de tu pequeño planeta para ver tantas puestas de sol como desees, me recuerda al zorro que, en esa escena que hace poco recordaba Fernando Navarro en su genial blog La Ruta Norteamericana, le dice al joven príncipe que los ritos son importantes: “Si sé que vienes a las cuatro de la tarde, comenzaré a estar feliz desde las tres. A medida que se acerque la hora más feliz me sentiré. A las cuatro estaré agitado e inquieto; ¡comenzaré a descubrir el precio de la felicidad!”.
Y es que, en definitiva, la llegada del verano es un rito despojado de toda solemnidad. Conforme se va acercando el momento de decir “hasta más ver” al curro o al estudio la sangre se acelera en las venas y el corazón palpita a ritmo trepidante. Los planes que durante el año se han ido posponiendo hasta estas fechas van tomando cuerpo, aunque uno sabe perfectamente que es imposible tachar todos de su lista: este verano voy escribir en el blog cada día, voy a leerme 30 libros, entre ellos el Ulises y el Quijote, voy a ver tres series nuevas y dos que ya he visto, voy a beberme doce gin tonics en cada bar de Madrid y alrededores, voy a saberme de memoria las discografías de Wilco, Steve Earle y Lucinda Williams, voy a ver en el cine todas las películas que no vi durante el año, voy a... Pero parte de la felicidad de esos objetivos está en fijarlos, en desear que llegue el verano para tener la oportunidad de llevarlos a cabo. Igual que de pequeño uno deseaba ser mayor para acostarse tarde, conducir, tomarse sus copas y, en sus ensoñaciones, el chaval era feliz, la llegada del verano es ese regreso al pasado, a no tener que mirar el reloj, a la felicidad de no tener horizonte.
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De pequeño me enseñaron a querer ser mayor
De mayor quiero aprender a ser pequeño
Y así cuando cometa otra vez el mismo error
Quizás no me lo tengas tan en cuenta

martes, 26 de junio de 2012

El dorsal de los dioses


Si Humpfrey Bogart se hubiera dedicado al fútbol no tengo duda de que habría lucido en su espalda el número 14. Esto le habría impedido jugar en el mismo equipo que Frank Sinatra o que Jimmy Stewart, porque, como Bogart, estos dos también habrían sido centrocampistas creativos que se habrían hecho con el referido dorsal, para dar en su equipo pases de 40 metros a John Wayne, a Elvis, o a Steve McQueen, que como todos sabemos lucen el 9 (el auténtico, el falso nueve es Jack Lemmon), ya que son delanteros titulares de la Champions que se juega en el cielo del infierno (porque también sabemos todos que John Wayne está en el infierno).

Xabi Alonso es actualmente el mejor centrocampista de la mejor selección del mundo. Y eso tiene bastante mérito si tenemos en cuenta que España juega con seis centrocampistas, en vez de con tres o cuatro como los equipos que no necesitan vivir de la inercia. Con un Xavi Hernández cada vez más hastiado, melancólico y errático, y con unos Iniesta y Silva reconvertidos en delanteros por obligación, representantes junto a Fábregas de ese gran fraude que constituye la falsedad del nueve (maldito el periodista que inventó esta nomenclatura) y, todo hay que decirlo, con un imponente Busquets en la labor defensiva de la aristocracia del fútbol y como conexión con los obreros Piqué y Ramos, Xabi Alonso se ha convertido en el arquitecto de la mínima cordura que a veces aparece en el juego de España, y con cordura no me refiero a posesión ni a dominio, me refiero al gol, ya que de poco nos sirve dar cuatrocientos pases en el área pequeña si, olvidando el tiro a puerta, convertimos el pase corto en el fin último del fútbol. Alonso, 14 del Real Madrid, cultivado en Anoeta y madurado en Anfield, lleva en sus botas la clase de Jimmy Stewart, y como Jimmy Stewart fue el pasado sábado el encargado de matar a Liberty Valance (oh wait), con dos goles que, a falta de un John Wayne agazapado que pudiera disparar en el momento preciso, tuvo que resolver con un cabezazo a contrapié y un penalti tirado como se tienen que tirar. La leyenda de su dorsal, del catorce legendario, la ha ido forjando Xabi con momentos estelares como el ataque terrorista de De Jong en la final de Sudáfrica'10, el gol de rechace de un penalti al Milán en esa final de Champions en que se remontó un 0-3, o en esa épica temporada en que la Real Sociedad completó la primera vuelta de la Liga sin derrotas y acabó perdiendo el primer puesto ante el Madrid. Existen jugadores (tampoco muchos) capaces de cambiar el balón de banda poniéndoselo en la bota al extremo que está a 50 metros de distancia, pero solo Xabi Alonso lo hace sin despeinarse y sin mutar lo más mínimo la expresión de calma reflexiva de su rostro.


Cuando llegó a Madrid, Xabi llevaba el 23, porque durante el año I de la segunda era de Florentino (ver vídeo explicativo de la conjunción), quiso el destino juntarlo con otro eterno 14, José María Gutiérrez, jugador capaz de justificar toda su carrera con apenas un puñado de patadas al balón, el cual, muchas veces parecía no importarle a Guti lo más mínimo, pero que cuando la genialidad aparecía en los pies del 14 se sentía más a gusto de lo que ha estado nunca sobre un estadio de fútbol, casi como el vínculo de una fusión mística entre la bota y el césped, ya que nunca nadie ha capturado con tanta nitidez la imagen de Dios reflejada en una pelota de cuero. Durante más de una década en la que el Madrid vivió sus momentos más altos y más bajos, Guti, que nunca fue titular indiscutible, tuvo la capacidad de hacer soñar al madridista en innumerables ocasiones mágicas que, si un descreído hubiera vivido en momentos de duda, le habrían hecho recuperar la fe. Contra el talento permanente de Zidane, Guti aparecía con un pase al hueco, mejor que Ulises, o con un taconazo imposible (a Zidane / a Benzema), infinitamente mejor que Aquiles, como aparece esa media verónica de Morante de la Puebla en una aburridísima tarde de toros que, por sí sola, amortiza el precio de la entrada. Por estas cosas Guti y Xabi Alonso son eternos. Uno más regular, otro más de extremos, ambos inmortales en su oficio, llevando con orgullo el dorsal de la elegancia, el del estilo, el de la personalidad, el que mueve a un equipo, el que te discrimina dentro de la mediocridad, el de Cruyff, el del fútbol, el dorsal que llevarían los dioses si los dioses jugaran al fútbol.



PS: aunque regularmente madridista, uno también se siente de vez en cuando bético, y más cuando la tragedia se cruza por el camino de un jugador como Miki Roqué, que precisamente debutó como profesional entrando a sustituir a Xabi Alonso en un partido de Champions en Anfield, con apenas 17 años. Los béticos se levantarán, como siempre han hecho, porque eso es lo que hacen los grandes.

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Pueden no perdonarse jamás
y saben prescindir un día y otro día
de eso que se entiende por felicidad.
Y aunque ya casi no hay en qué soñar
se sienten orgullosos porque aún bailan sus almas.
Están desesperados, pero con elegancia.


ACTUALIZACIÓN: Entiéndase incluido en esta lista de catorces al gran Esteban Granero, que al momento de ponerme a escribir, durante la Eurocopa de 2012, todavía llevaba el 11 en el Real Madrid, pero que recibió el dorsal número 14 del Queens Park Rangers inglés al final del verano. La entrada de este blog "Tan joven y tan viejo" puede considerarse una segunda parte de esta misma, dedicada por entero al Pirata de la Meseta, al Jim Hawkins de la Premier.

miércoles, 20 de junio de 2012

De lo divino y lo épico



La noche del 17 al 18 de junio de 2012 será eternamente recordada por casi 60.000 personas que abarrotaron el estadio de Don Santiago Bernabéu, porque ante todas ellas se fraguó un espectáculo de dimensiones estratosféricas que sorprendió a todos, más aun si cabe cuando el protagonista era el rey de los espectáculos de dimensiones estratosféricas. Bruce Springsteen regaló a Madrid el concierto más largo de su carrera, con 3 horas y 48 minutos de rock y un sinfín de emociones. Probablemente haya dado conciertos técnicamente mejores o más especiales en su dilatada trayectoria de 44 años, sobre todo con su escudero Clarence Clemons, pero el del domingo ha de ser tratado con reverencia dentro del Olimpo de los shows del de Nueva Jersey. Si un concierto de la gira de The River es un soneto de Garcilaso, el concierto del Bernabéu es la Ilíada. Bruce, con 63 años, desplegó una energía que ya la quisieran los Arctic Monkeys, que tienen 40 años menos. Durante la sideral carrera de casi 4 horas hubo espacio para el rock, por supuesto, y también para las reminiscencias del soul y el gospel que inspiran toda la música americana, con un momento cumbre en My City of Ruins, que Springsteen inició con un recuerdo a los ausentes Clemons y Federici: “If  you’re here and we’re here, then they’re here”.


Tras un brutal comienzo con Badlands, Springsteen sacó su vena comprometida y encadenó una serie de “canciones sociales” con predominio del último disco. Tras No Surrender y We take care of our own, con aires de predicador, cogió el micro y, casi en trance y con circunstancia épica, sermoneó a los presentes con su filosofía de barrio. Bruce Springsteen adquirió en su discurso una trascendencia vaticana cuando, en español y con el acento quebrado, declamó las breves pero rotundas frases escritas fonéticamente en unas sencillas octavillas pegadas al suelo, entre el set list y la pedalera de su Telecaster. “¡Sé que aquí los tiempos son peores, pero nuestro corazón está con vosotros! Queremos dedicar está canción a todos los que están luchando en España”. Y como el Santo Padre de Roma nos dio su bendición, en forma de tema que amenaza con convertirse en clásico, Wrecking Ball, durante la cual se vivió otro de los momentos álgidos de la velada, ese interludio en que se repite recurrentemente “Hard times come, and hard times go… just to come again”. Era la cuarta canción y Springsteen ya se había ratificado como capitán de nuestras almas, dueño de nuestros destinos y supremo pontífice de nuestras emociones.


Los temas se fueron sucediendo, uno tras otro, con la contundencia de una banda que lleva décadas tocando y que, con sus nuevos fichajes (vientos y coros) suena más como siempre que nunca. Mención especial merece Jake, el sobrino de Clarence Clemons, que sin el carisma de su tío probablemente le supera en lo musical (perdón por la blasfemia).  Enormes Nils Lofgren (sobre todo en el espectacular solo de Youngstown) y Silvio Dante - Little Stevie - Van Zandt, nuevo número dos consolidado de la E Street Band. A un servidor, de todas las canciones que fueron sonando hasta acercarnos a las postrimerías del espectáculo le llegaron especialmente Because the Night (con un enorme solo de Stevie), The River, una supercañera My Love will not let you down y The Rising. Todo ello antes del epicentro sentimental del concierto, el momento cumbre que se vivió con Thunder Road. Si la entrada estaba amortizada desde el minuto 4, fue en ese momento (a falta de una hora para el final) cuando me di cuenta de que ya me podía morir tranquilo. Con el despliegue emocional de Thunder Road (y hablo desde una perspectiva totalmente subjetiva) se dejó el concierto en el punto de cocción perfecto para rematarlo y firmar definitivamente la obra maestra. Y fue exactamente así.


Los bises, que empezaron con la delicada Rocky Ground, fueron un continuo de puro rock n’ roll: Born in the USA, ese himno alternativo de los Estados Unidos que el Bernabéu coreó con brutal energía; una gigantesca Born to run, que por seguir coreando hasta se cantaron los acordes del riff de guitarra del tema; una sublime Hungry Heart, en que el éxtasis llevó a Springsteen a sacar a bailar a un operario con chaleco fluorescente y casco de obra; Seven Nights to Rock, en la que Bruce demostró su habilidad tocando el piano con la cabeza, con notable precisión y cadencia rítmica. Tras este simpático rocanrol el Jefe teatralizó una fatiga tremenda (que todos sabíamos fingida) dejándose caer durante varios minutos a las tablas del escenario, hasta que un redentor Steve Van Zandt rescató a Bruce con una balsámica y refrescante descarga de agua desde una esponja, y como una Verónica enjugó el rostro sudoroso del pontífice. Todavía faltaba Dancing in the dark, en que una rubia de buen ver vio cumplido el deseo de su pancarta, que rezaba Can I dance with Nils?, muy al estilo del vídeo de la misma canción, en que una jovencísima Courtney Cox sube a marcarse un baile con Springsteen.  Acto seguido Tenth Avenue Freeze Out, en la que la banda se detuvo en seco tras cantar Bruce “and the Big Man joined the band”, para rendir un último homenaje al sempiterno saxofonista de la E Street, que como ya había pasado la medianoche hacía exactamente un año de su muerte. Cuando parecía que el concierto estaba finiquitado, con las luces encendidas y todo, Bruce lanzó un último ataque que le catapultaría al record de su concierto más largo, con el ya típico Twist and Shout, cantado a coro por Madrid, ciudad que tras la noche del domingo se encuentra en un rincón privilegiado del imaginario springsteeniano, junto a Asbury Park, Barcelona y, cómo no, Nueva York. Después de tan tremendo espectáculo, de tal dosis de energía, después de la alegría de saberse partícipe de un acontecimiento irrepetible, como madrileño uno solo puede sentir orgullo, y como fan de Bruce Springsteen, emoción.

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When the change was made uptown and the Big Man joined the band
From the coastline to the city all the little pretties raise their hands
I'm gonna sit back right easy and laugh
When Scooter and the Big Man bust this city in half
With a Tenth Avenue freeze out