domingo, 27 de octubre de 2013

Lou Reed y el lado salvaje


En el extinto blog Howlin' at the moon (todavía se puede encontrar a la cola de la lista de blogs que encontrarán a su derecha), mi hermano solía escribir una sección llamada Un muerto para el fin de semana, en la que repasaba la trayectoria de grandes figuras de la música que habían pasado a mejor vida. Este fin de semana trae la triste noticia de la muerte de Lou Reed, quien seguramente tendría un rincón privilegiado en esta sección. Ha ocurrido a los 71 años, meses después de un trasplante de hígado.

Yo a Lou Reed le conocí antes de tener uso de razón por Sweet Jane, que a día de hoy sigue pareciéndome de las mejores canciones que se han compuesto nunca. Con el paso del tiempo muchas más canciones de la Velvet Underground y de Reed en solitario han acabado formando parte de mi propia banda sonora vital, como lo han hecho las de Springsteen, las de los Beatles o las de los Stones. Lo más grande de Lou Reed es que, siendo uno de los personajes más excesivos del rock, conservara esa sensibilidad tan desbordante para escribir canciones de tan extrema belleza. Fue uno de los pocos grandes rockeros que se matriculó en la universidad, y lo mismo se sumergía en interminables bacanales llenas de drogas psicodélicas en la Factory neoyorquina que escribía melodías tan delicadas y hermosas como Perfect Day.


Lou Reed nació en Brooklyn y se crió en Long Island, en la época en que en Manhattan iba germinando la depravada hostilidad que vivió Holden Caulfield en El Guardián entre el Centeno, y de la que el propio Reed acabaría formando parte en los que fueron los años más ácidos y lisérgicos de Nueva York. Fue en los 60 cuando Reed llegó a la gran ciudad y formó con John Cale la Velvet Underground, patrocinada por Andy Warhol. Nueva York era esos años la ciudad peligrosa, bulliciosa y decadente de Taxi Driver, llena de dealers, putas y paranoicos, y en ese contexto la Velvet se convirtió en una de las bandas más influyentes del rock. Más tarde Lou se fue a Europa, y junto a David Bowie inventó el glam y anticipó el punk. Transformer, de 1972, sigue siendo considerado básico por músicos de casi cualquier estilo. Sin Lou Reed no habrían existido o habrían sido cosas muy distintas Big Star, los Sex Pistols, los Ramones o los Clash, y probablemente nunca habría florecido todo eso que ahora se hace llamar indie o underground.


Hace años leí en un libro del periodista Julián Ruiz una anécdota de la primera vez que Lou Reed vino a tocar a España, a principios de los setenta, con Franco todavía vivo. Ruiz pidió una entrevista, pero Reed le acogió en su camerino como a un amigo, le pidió opinión sobre alguna nueva composición y le presentó a su pareja, un travesti puertorriqueño llamado Rachel. La entrevista tuvo que ser interrumpida porque Lou Reed y pareja necesitaban urgentemente unas jeringuillas nuevas, por lo que todos se fueron a buscar como locos una farmacia de guardia por la calle Princesa. En un Madrid en que los grises seguían dominando las calles, un periodista musical buscaba la manera de satisfacer la drogadicción de un músico neoyorquino y un travesti caribeño. Con todo, Lou Reed se acabó reformando y abandonó su etapa de excesos con las drogas, a la que tuvo la suerte de sobrevivir. El propio Julián Ruiz cuenta que durante las últimas décadas Reed no iba a hoteles que no dispusieran de un buen gimnasio.


Esta muerte es muy simbólica, al menos así lo percibo yo, porque, de las más grandes figuras del rock de los 60-70 que sobrevivieron a su apogeo musical y vital, Lou Reed es de los primeros en morir, uniéndose a una lista que se escribe con letras eternas y de la que ya formaba parte George Harrison. Se trata de una generación de artistas que consiguieron terminar sanos y salvos su paseo por el lado salvaje de la vida y que nos regalan una plácida vejez para seguir disfrutando de su música. Ha muerto Lou Reed y yo voy a pinchar el Loaded porque no se me ocurre mejor manera de despedirle y, ya de paso, despistar un rato la tristeza y los problemas mientras escucho Sweet Jane.

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Standing on the corner,
Suitcase in my hand
Jack is in his corset, and Jane is her vest,
And me I'm in a rock'n'roll band.
Ridin' in a Stutz Bear Cat, Jim
You know, those were different times!
Oh, all the poets they studied rules of verse
And those ladies, they rolled their eyes

Sweet Jane! Whoa! 

Sweet Jane, oh-oh-a! 
Sweet Jane!

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