domingo, 29 de julio de 2012

El insomnio y el silencio


Hay noches en que hay tanto ruido en la mente y tantas dudas alrededor del pensamiento que dormir es imposible. Supongo que el silencio es lo que pasa en el mundo cuando esto ocurre. Entonces cualquier excusa es válida: esta noche mi mecanismo de defensa ha sido fácil, y en vez de dar vueltas en la cama he acabado viendo otra vez la gran crónica del insomnio y el silencio, Lost in Translation. Probablemente, nunca una película consiguió decir tanto con los silencios. Dos insomnes desconocidos, Scarlett Johansson y Bill Murray, almas en pena en una ciudad hostil, encuentran sus lugares comunes en Tokio, entre neón y ruido de videoconsola. Ella pasa las horas sentada junto a la ventana de su habitación, ante la inmensidad de la ciudad, con la mirada triste perdida entre los rascacielos, como buscando respuestas en las ventanas de los edificios. Él bebe whisky en el bar del hotel, consumiendo el tiempo de su vida con el mismo propósito con que se disipa el humo de su puro en el techo de la sala, ninguno. Hasta que se conocen. Los personajes convierten sus respectivas soledades en una y buscan consuelo en la intimidad del otro. No necesitan palabras para entenderse, porque los sentimientos se pueden perder en la traducción al lenguaje. Y aun cuando en la escena final de la película Murray susurra algo al oído de Scarlett en medio de la calle, rodeado de carteles luminosos y colegialas japonesas, no necesitamos escuchar las palabras, inaudibles entre la multitud, porque gracias a nuestra imaginación convertimos ese silencio en la música de las emociones, y las emociones no se pueden perder en la traducción.


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En Tokio solo hay cuervos, y en mi corazón un hueco
donde solo se oye el eco de tu voz
Me voy al aeropuerto. Sobran los momentos
en que todos me preguntan dónde estoy
He estado tantas veces en lugares a los que nunca fui
A veces necesito separarme de ti

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