Si Humpfrey Bogart se hubiera dedicado al fútbol no tengo duda de que habría lucido en su espalda el número 14. Esto le habría impedido jugar en el mismo equipo que Frank Sinatra o que Jimmy Stewart, porque, como Bogart, estos dos también habrían sido centrocampistas creativos que se habrían hecho con el referido dorsal, para dar en su equipo pases de 40 metros a John Wayne, a Elvis, o a Steve McQueen, que como todos sabemos lucen el 9 (el auténtico, el falso nueve es Jack Lemmon), ya que son delanteros titulares de la Champions que se juega en el cielo del infierno (porque también sabemos todos que John Wayne está en el infierno).

Cuando llegó a Madrid, Xabi llevaba el 23, porque durante el año I de la segunda era de Florentino (ver vídeo explicativo de la conjunción), quiso el destino juntarlo con otro eterno 14, José María Gutiérrez, jugador capaz de justificar toda su carrera con apenas un puñado de patadas al balón, el cual, muchas veces parecía no importarle a Guti lo más mínimo, pero que cuando la genialidad aparecía en los pies del 14 se sentía más a gusto de lo que ha estado nunca sobre un estadio de fútbol, casi como el vínculo de una fusión mística entre la bota y el césped, ya que nunca nadie ha capturado con tanta nitidez la imagen de Dios reflejada en una pelota de cuero. Durante más de una década en la que el Madrid vivió sus momentos más altos y más bajos, Guti, que nunca fue titular indiscutible, tuvo la capacidad de hacer soñar al madridista en innumerables ocasiones mágicas que, si un descreído hubiera vivido en momentos de duda, le habrían hecho recuperar la fe. Contra el talento permanente de Zidane, Guti aparecía con un pase al hueco, mejor que Ulises, o con un taconazo imposible (a Zidane / a Benzema), infinitamente mejor que Aquiles, como aparece esa media verónica de Morante de la Puebla en una aburridísima tarde de toros que, por sí sola, amortiza el precio de la entrada. Por estas cosas Guti y Xabi Alonso son eternos. Uno más regular, otro más de extremos, ambos inmortales en su oficio, llevando con orgullo el dorsal de la elegancia, el del estilo, el de la personalidad, el que mueve a un equipo, el que te discrimina dentro de la mediocridad, el de Cruyff, el del fútbol, el dorsal que llevarían los dioses si los dioses jugaran al fútbol.
PS: aunque regularmente madridista, uno también se siente de vez en cuando bético, y más cuando la tragedia se cruza por el camino de un jugador como Miki Roqué, que precisamente debutó como profesional entrando a sustituir a Xabi Alonso en un partido de Champions en Anfield, con apenas 17 años. Los béticos se levantarán, como siempre han hecho, porque eso es lo que hacen los grandes.
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Pueden no perdonarse jamás
y saben prescindir un día y otro día
de eso que se entiende por felicidad.
Y aunque ya casi no hay en qué soñar
se sienten orgullosos porque aún bailan sus almas.
Están desesperados, pero con elegancia.
ACTUALIZACIÓN: Entiéndase incluido en esta lista de catorces al gran Esteban Granero, que al momento de ponerme a escribir, durante la Eurocopa de 2012, todavía llevaba el 11 en el Real Madrid, pero que recibió el dorsal número 14 del Queens Park Rangers inglés al final del verano. La entrada de este blog "Tan joven y tan viejo" puede considerarse una segunda parte de esta misma, dedicada por entero al Pirata de la Meseta, al Jim Hawkins de la Premier.