Foto de Roberto Pérez Lavín |
Ayer en La Riviera lo comprobé. Hay una banda, la que forman Quique González, José Ignacio Lapido y un puñado de músicos habituales de ambos que es, probablemente, la mejor que existe en este país. Los dos músicos han descubierto la fórmula secreta del noble arte de actuar en directo, meter en una coctelera el talento y el repertorio de los dos y ejecutarlo con una súperbanda que de tan rockera hace que tiemblen los cimientos de la música española. Es apostar todo el dinero a todos los números de la ruleta, fallar es imposible.
Dos músicos introvertidos, Quique y Lapido, han encontrado la manera de estar totalmente a gusto en el escenario y han moldeado un hábitat en que el "cantautor de rock" y el "poeta eléctrico" se sienten absolutamente pletóricos. Con los dos pilotando la nave descargan cierta responsabilidad, ganando en soltura y comodidad como intérpretes, y el formato elegido para esta gira, con intercambio mutuo de estrofas en los temas ajenos, nos regala la experiencia de revisitar las canciones de nuestra vida en la versión de otro de nuestros ídolos. Porque son nuestros ídolos, y eso es algo muy exclusivo de una comunidad de melómanos, aficionados al rock y al sonido guitarrero, que en la música buscan a partes iguales emoción, honestidad, actitud y belleza. En ese terreno nadie supera a Quique y Lapido, por eso esta gira es un regalo para esta comunidad y para los propios artistas, de los que es difícil de decir cuál es el aprendiz y cuál el maestro del otro. Con un repertorio para los más fieles, con pocas concesiones a la evidencia, Quique y Lapido soltaron a los perros a base de energía y emoción. Cuando un músico disfruta sobre las tablas se transmite la magia al público y se produce una comunión mística y trascendental. Esto fue una constante en el concierto de ayer, del que es imposible destacar un momento cumbre porque el nivel no descendió ni un instante. Por dejar una simple muestra, El carrusel abandonado y Ladridos del perro mágico en boca de Quique González o Clase media y La luna debajo del brazo en la de Lapido son experiencias musicales y emocionales de primera magnitud, inolvidables para los que nos gusta esto.
Foto de Jorge Lucas |
La formación combina en la proporción exacta del rock canónico la solidez de la guitarra de Pepo López, el virtuosismo de la de Víctor Sánchez, la firmeza de la sección rítmica de Ricky Falkner y Edu Olmedo, la melodía precisa de Raúl Bernal a los teclados y el papel liberado de Quique y Lapido a las voces y a las guitarras. Nunca las canciones de madrileño y granadino habían sonado tan bien. Y esto me lleva a un pensamiento que seguro que tuvieron los centenares de asistentes al concierto y los propios protagonistas, el resultado es demasiado bueno como para acabarse con esta gira. Todos vivimos esta conjunción de estrellas como el preludio de algo grande y esperemos que prolongado en el tiempo. No sabemos si será un disco, si más giras o si colaboraciones más profundas entre los dos, pero todos sabemos que Soltad a los perros no es el fin.
En verdad tiene esta gira mucho de ajuste de cuentas, como cuenta el gran Chema Doménech en su magnífica crónica de la velada (y con quien ajusté cuentas yo mismo charlando por fin en persona mientras sonaba Nubes en forma de pistola; gracias por tus palabras y tu magisterio, Chema). Yo también ajusté cuentas con el Salitre48 que volví a comprar, ya que mi antiguo ejemplar quedó inutilizado por el uso hace unos días. Y de alguna manera puse una muesca especial en el bastón que se lleva en este viaje vertical que es la música, ya que la primera vez (de unas quince) que vi en directo a Quique González, hace ocho años, fue también la primera vez que vi a Lapido. Ese día en el Palacio de Congresos se subió al escenario el de Granada para cantar Kid Chocolate, igual que hicieron ayer en La Riviera. En ese momento me di cuenta es que todo lo bueno vuelve y siempre acaba encajando una y otra vez, así que yo estoy tranquilo paladeando el concierto de ayer, porque sé que estos dos aún tienen cosas que decir juntos. Los ejércitos del rock no rompen filas.
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Ahí llega de vuelta el que dijo que no volvería,
estuvo sembrando amapolas en la tierra prometida.
Eso fue cuando tú y yo coleccionábamos días tristes,
tan tristes como las caricias que ya dimos por perdidas.
Los buitres acuden a picar en los restos de la historia,
los maestros enseñan a sumar mientras los niños cazan moscas
y nosotros dos empeñándonos en capturar eclipses,
en la otra esquina del mundo alguien preguntó la hora
Ahí llegan los ecos de nuestro pasado
entre los chirridos de los neumáticos
Puedo oír los ladridos del perro mágico,
del perro mágico.